Estoy contrariado, llevo tiempo buscando donde aparcar y no lo consigo. 
Supongo que en gran parte es culpa mía, no suelo utilizar el coche en 
ciudad y no me gusta forzar la legalidad. Finalmente lo consigo pero son
 más de las 9 y tengo que montar la bicicleta, ponerme zapatillas y 
casco -el punto de encuentro era el polideportivo del Pla
 precisamente a esa hora-. Estoy casi preparado cuando suena el 
teléfono; es Javi preguntando donde estoy y la verdad es que no lo sé, 
me pide una ubicación y me viene a buscar. Pronto nos reunimos con el 
resto de compañeros camino de la barroca basílica de Santa Maria. Café y
 foto oficial en la que los actores somos alrededor de 30. Día soleado, 
sin apenas viento y una temperatura muy agradable que ronda los 20 
grados.
Salimos de la población en dirección noreste, junto a la universidad, 
buscando el paso entre las sierras Grossa y Llarga.
 Es una subida no excesivamente larga ni demasiado pendiente pero que 
pondrá a prueba nuestras piernas debido al desarrollo que casi todos 
llevamos. Son platos que normalmente andan por el 42 y piñones que no 
superan el 26. Pronto llegamos al collado, todo se suaviza, comenzamos 
un amplio giro a la derecha bordeando sierra Llarga para, por el oeste de sierra de Sancho, dirigirnos en dirección a Torrellano.
 No llegamos a entrar dirigiéndonos al este hasta alcanzar el 
Mediterráneo que ya no abandonaremos hasta Santa Pola.
Ahora es un placido pedaleo junto al mar arrullados por el sonido de las
 olas. Conversamos amigablemente sobre bicis y componentes, sobre esa 
pieza que nos falta o esa otra que esta algo deteriorada y que nos 
gustaría cambiar, y casi sin darnos cuenta llegamos a los Arenales del 
Sol y a nuestra perdición: bocata pantagruélico en el Veintiséis.
 ¡No tenemos remedio! Es lo que tiene esto de las marchas de bicis 
clásicas, que en aquella época no se usaban geles ni barritas y para ser
 consecuentes no queda más remedo que “pegarle” a alimentos más sólidos.
 Yo; bocata de tortilla y beicon; cerveza, mucha cerveza. Nos 
introducimos profundamente en nuestro papel de ciclistas clásicos y si 
hay que sacrificarse; pues eso, que uno se sacrifica.
El siguiente tramo de la ruta es para mí el más bonito; una carreterilla
 nos lleva hasta la playa del Carabasi que forma parte del paraje natural del Clot de Galvany.
 Sigue la carretera por una costa baja que lamen las aguas turquesas del
 Mediterráneo, vigilada por el viejo faro que a su vez sustituyo a una 
torre mucho más antigua, de Atalayola
 creo que se llamaba, construida hacia la mitad del siglo XVI y que aún 
es reconocible. Desde su mirador se contemplan unas magnificas vistas de
 la bahía de Santa Pola, de Alicante, y la isla de Tabarca. Me ha llegado información de que en días muy claros se alcanza a ver Isla Grosa por el sur y el Peñón de Ifach
 por el norte. Sigue la carreterilla uniendo ermitas, torres de 
vigilancia y viejos cuarteles de la Guardia Civil. Junto al mar, en la 
estrecha playa, algún cuerpo se dora bajo un sol primaveral que ya 
calienta lo suyo. Mar adentro, un poco difuminada por la calima, una 
silueta baja y oscura, refugio de piratas berberiscos, conocida por los 
griegos como Planesia y Planaria por los romanos, igual que la llamaron los árabes Ablanāșa (Planesia).
Llegamos casi sin darnos cuenta a la villa marinera, blanca de espumas y
 sales. Cruzamos la fortificación, hoy convertida en museo del Mar y de 
la Pesca, por su propio centro, entrando por una puerta y saliendo por 
la contraria, foto de grupo incluida. Atravesamos Santa Pola y buscamos 
nuestro regreso a Elche. Lo hacemos dejando el Parque Natural de las 
Salinas de Santa Pola a nuestra izquierda, hasta que una vez dejado 
atrás el Parque tomamos hacia Vallverda, Las Lomas y La Perlefa,
 entrando en Elche por el sur. Circunvalamos la ciudad por un 
carril-bici hasta llegar al ponto de origen, el polideportivo del Pla.
Javi y Fany se han esforzado para organizar esta I Quedada Retrolevantina
 en su apartado ilicitano y a fe mía que lo han conseguido, todo ha 
salido a pedir de boca y nunca mejor dicho, porque uno de los apartados a
 destacar ha sido el gastronómico. Desde el punto de salida -duchas 
incluidas-, el estupendo recorrido o la asistencia técnica, todo ha sido
 de diez. El recorrido, muy bien pensado, ha aunado el secano de las 
tierras del interior donde hemos alcanzado las cotas más elevadas del 
recorrido, con los tramos de costa bordeando el mar que nos llevan a 
Santa Pola. Pero lo mejor ha sido la camaradería, los nuevos amigos que 
hemos hecho y el reencuentro con algunos largo tiempo ausentes como 
Paolo. De Murcia no éramos muchos, pero bien avenidos, mis amigos Matías
 y Ángel y mi querida amiga Victoria. También han venido amigos de Soria
 como Arturo o Madrid como Santiago. Quizá los más lejanos hayan sido 
Carlos y Luisa que lo han hecho desde Santander; pero reconocido su 
merito, quiero agradecer a los numerosos ilicitanos su asistencia. 
Incluso quiero mencionar aquí las ganas y el coraje puesto por la hija 
de Fany,
 que sin coger la bici con asiduidad ha sido capaz de realizar todo el 
recorrido, incluso a mejor ritmo que muchos de nosotros. ¡Y su madre 
sufriendo por ella! Porque no se trata solo de bicis antiguas y 
equipaciones de época, deporte o simple amistad, las concentraciones o 
marchas de ciclismo retro son algo más, son un estilo de vida.









